Me operaron
la rodilla por segunda vez. A la clínica llegaríamos mi acompañante y yo. La
clínica solo permite UN acompañante por paciente. Sin pedir la presencia de
ellos, a lo mejor por no quererlos molestar, a la misma hora que yo, en medio
de un torrencial aguacero, se bajaron de un taxi, mi mamá y mi papá. Ya éramos
4 entrando a la clínica.
Al entrar a la sala de espera de cirugía, el portero nos frenó y nos recordó
que sólo se permitía UN acompañante por paciente. Mi mamá, de manera amable y
convincente, logró que el portero les permitiera entrar a mis padres al lugar
que tiene airé acondicionado. Una vez el portero aceptó, el mismo portero con tono acorde
a su posición les dijo, "pueden
entrar pero en un tiempo necesito que me colaboren con la salida". Dicha
salida era a un vestíbulo de ascensor con tres sillas antiguas y unas gradas de
mármol frío tipo clínica de tierra caliente. Mis padres, sin opción, aceptaron.
Miré a mis padres y exterioricé en
inglés, "I told you" (se los
dije) en tradicional tono adolescencial de "já, yo gané, yo tenía
razón". Ellos me ignoraron
inteligentemente.
Cuando los vi
sentados al lado mío recordando las veces que ellos habían estado en cirugía y
yo en la sala de espera, me convencí que yo también hubiera hecho lo que fuera
por estar al lado de ellos.
Después de transcurridos unos 15 minutos, entraron 2 familias con sus hijos. Cada niño tenía aproximadamente entre 8 y 9 años e inmediatamente tuve un
flashback que compartí con mis padres. Se los comparto a ustedes:
Fui operado 2
veces cuando estaba de esa edad, una vez fue para extraer un diente
supernumerario en un maxilar (hoy en día asumo que era un teratoma), y una
segunda vez para extraer 4 molares bajo anestesia general. Mis dientes han sido un deleite sin duda, pero me dan motivos para sonreír. En la segunda experiencia
me detengo un poco.
Cuando salí de recuperación de aquella segunda cirugía, no me podía mover del
cuello para abajo. No era médico a esa edad y no sabía qué diablos me había
pasado. Pero no lloré por verme paralizado, sino por ver a mi mamá, a través de
la apertura que deja una puerta a medio abrir, llorando frente al anestesiólogo
y frente al cirujano. Ahí sentí lo que a lo mejor algunos ustedes han sentido,
o seguramente sentirán algún día: que el sufrimiento de un padre se convierte
en el sufrimiento de un hijo. Hoy por hoy afirmo tajantemente que vice versa,
es igual, y hasta de mayor valor emocional. El sufrimiento de un hijo, ES
el sufrimiento de un padre.
Eventualmente mi recuperación fue lenta pero empecé a mover mi mano izquierda y
así sucesivamente cada extremidad hasta que pude volver a moverme como antes.
Nunca supe qué había causado este revés, pero se quedo ahí, en esa imagen que tuvo
mucho más valor emocional que el mismo hecho de haber podido quedar paralizado
de por vida.
Volviendo al día de mi cirugía actual, y mientras esperaba ser llamado al
quirófano, esta vez como paciente y no como ortopedista, vi a esas dos mamás
preocupadas por sus hijos de 8 a 9 años. Los niños estaban tranquilos, felices
tomándose fotos. Esto seguramente porque estaban con sus familias. Al lado de
ellos estaba yo, de 39 años, también con mi mama y mi papa al lado mío,
sintiéndome seguro y tranquilo porque además de mi esposa, ellos estaban ahí
conmigo. Yo no me estaba tomado fotos por mas difícil de creer que parezca.
Charla va y charla viene esperando a ser llamado, y mi mamá me preguntó cuánto
se iba a demorar la cirugía. Yo le dije que era mejor no preguntar para no
presionar al ortopedista tratante pero que yo creía que máximo una hora. Asimismo,
existe un karma entre cirujanos que dice que es mejor no preguntar cosas ya que
entre cirujanos el índice de complicaciones es más alto y es mejor dejar eso
"quieto".
Unos minutos
más tarde aparece el cirujano e
inmediatamente mi madre se levanta como un resorte, y en voz baja creyendo que
no la oía, le pregunta: “... y cuanto crees que se demora la cirugía?" Ahí
mismo mis manos fueron a la frente en señal de "no puede ser" y mi
cara roja se puso de rabia. Una rabia infantil como ese niño de 8 a 9 años que
le sacarían las muelas hace 30 años pero materializada en ese "adulto
contemporáneo" que en ese momento no cayó en cuenta la alegría y fortuna
que era tener a su mamá al lado.
En un par de ocasiones, una vez el cirujano se había marchado a su lugar
sagrado, le recriminé a mi mamá que cómo era posible que después de haber
acordado en no hacerlo, se había abalanzado a preguntar ese detalle de mi cirugía. Resulta que ella sólo quería saber cuánto tiempo tenía para bajar a la cafetería y tomarse
un café, o desayunar algo, y apenas me dijo eso, se marchó.
Fue ahí, en ese justo momento que me llamaron a quirófano y cuando ya no los vi más. Sin despedirme, caí en cuenta de otra
enseñanza que trato de registrar en esta entrada: no nos preguntemos el porqué de las preguntas de otros sin
saber para qué las están haciendo.
Entré pues a
cirugía sintiéndome mal por no haberme despedido con un beso y agradeciéndoles el
hecho de sacrificar, una vez más, un día entero, sentados en una sala de
espera, angustiados por mí, su hijo de 39 años, que hoy, seguía siendo el mismo
de hace 30 años.
La cirugía se prolongó a casi 2 horas y cuando salí a recuperación, ahí estaban
mis padres al igual que mi esposa. No se habían movido, ni siquiera a almorzar.
Se habían sentado en las gradas inhóspitas, se habían tomado un café insípido,
se habían ido a dar vueltas por la calle para conseguirme mis medicinas y el
inmovilizador de rodilla que necesitaría para poder irme a la casa. No tenía
palabras suficientes para pedir perdón, y menos cuando en algún momento pensé
que lo que había hecho, como ya lo había hecho antes, era "lo
normal" en mi caso. Craso error.
Entra mi mama a verme a la sala de recuperación y con un beso en la frente, el mismo que llevo recibiendo
39 años, me entrega un jugo, unos aros de maíz (rosquitas), medio sándwich, y
unas almendras para saciar lo que en mi ciudad llamamos "fatiga"
(hambre en el 99.9% de la población de habla hispana).
Y entendí de nuevo, lo que es capaz de hacer una madre o un padre por un hijo o
hija: sencillamente, lo que sea. Y luego pensé que si mi
hija estuviera donde estoy yo, y yo donde están mis padres, yo haría
exactamente lo mismo sin pensarlo dos veces así me gane regaños, gritos o
displicencias. El amor entre un padre o madre hacia un hijo o hija, no tiene
niveles, es un todo universal. Es un completo radical.
Así pues, escribo esto como he escrito todo en este blog. A manera de auto
terapia para quienes lo lean entiendan, y si aún no han caído en cuenta, sepan
que nuestros padres no van a cambiar, que nuestra vida es finita, y que sí ya
somos padres, seremos reflejo vivos de los nuestros.
Por eso, a mi
padre y madre que mientras yo salía cómodamente de la clínica, ellos se
despedían montándose de nuevo en un taxi, les dedico mi más profundo
agradecimiento por ser como son, y les pido el favor que nunca cambien por más
pataleta que les haga este niño de 39 años.
Los adoro.