Ser
consecuente es bastante difícil (para algunos más que otros definitivamente).
Es una de las actitudes (o aptitudes) más fáciles de expresar o dar a parecer
pero no de conllevar. En otras palabras muchas personas no son consecuentes con
el hecho de ser consecuentes. Hablan mucho pero a la hora del té, café, jugo o
lo que sea que se tomen, siguen siendo la misma persona que trato de lograr
algo y no lo logró.
Las redes
sociales se han convertido en un escudo para crear personalidades falsas, o
reales dentro de un mundo virtual. Espero no ser una persona diferente en
facebook, twitter o linkedin a la persona que soy en el día a día con mis
contactos más cercanos. Pero si pensamos bien las cosas, es inevitable escudarse
detrás de un perfil cibernético.
Durante mi
trayectoria en el aprendizaje de coaching y la búsqueda de una tranquilidad más
sincera, me he dado cuenta que he predicado mucho más de lo que puedo practicar
(estoy en constante aprendizaje aprendiendo de mis fallas). De nuevo, del dicho
al hecho hay mucho trecho. Pero eso es en términos de distancia y capacidad de
reacción. Cuando hablamos de cuánto tiempo nos toma volvernos consecuentes con
lo que predicamos, la respuesta solamente está en nosotros mismos.
Entra el
fantasma del pasado. El aprendizaje que hacemos no puede quedar relegado al
momento en que lo aprendimos. Debemos poder continuar aplicando lo que hemos
aprendido en tiempos pasados ya sea durante el presente que estamos viviendo, o
mas aun en futuras ocasiones donde quizás nos olvidemos lo que algún día decidimos
cambiar.
Aunque pasa
frecuentemente, nosotros tendemos a proponernos un cambio y lo hacemos a corto
plazo. Eso es lo fácil. Lo difícil es mantenernos en el tiempo. Nuestra actitud
es como un resorte. La elongamos a nuevas distancias pero con el tiempo, va
volviendo a su estado original (siempre y cuando no sobrepase el coeficiente de
elasticidad y se quede sin poder retornar a su estado original).
Cuidado con lo
que decimos que vamos a hacer para cambiar. Aun más cuidado con olvidarnos que
lo dijimos. Más cuidado aun si prometemos algo y no lo hacemos. Todos podemos
olvidar, pero caer en cuenta que no has sido consecuente con lo que has
escrito, prometido, hablado o pactado, puede conllevar a una frustración aun
mayor y a una pérdida de confianza (autoconfianza y desde terceros).
Todos podemos
cambiar. Estamos en constante evolución. Algunos hemos logrado cambios
radicales en nuestras vidas pero quizás el tiempo, nuestra actividad diaria,
nuestro entorno cambiante, nos ha llevado a olvidarnos de aquellas promesas que
nos hicimos y que en su momento nos hicieron sentir tan bien.
Decir es el
primer paso, actuar el segundo, y mantenerse en el tiempo es la etapa final. La
recaída es factible, pero caer en cuenta de esta es aun mas importante en el
orden de primero reconocer, segundo volver a actuar, y tercero, continuar con
el constante cambio que hemos decidido efectuar.
Todo es un
proceso. Ojala sea un proceso consecuente. La sencillez de las palabras, leídas
o escritas no pueden generar un cambio. Somos nosotros los que decidimos ser
consecuentes y llevar lo pensado a lo aplicado en una secuencia lógica.
Por ejemplo,
he escrito mil veces de vivir en el AHORA y me he visto enfrentado a la angustia
por un futuro que es impredecible. Caigo en cuenta, respiro profundo, me
acuerdo del AHORA y sigo. Por otro lado, antes utilizaba palabras como “odio” o
“detesto” y ahora simplemente he cambado a “no me gusta” o “prefiero”.
Todo es
posible. Hasta olvidar que hemos decidido cambiar. Por eso es importante tener
presente las consecuencias de no ser consecuente con la decisión de serlo.
Recuerda que
no es malo fallar en lo que nos hemos propuesto. Es más importante reconocerlo
y actuar. No hay duda que el hecho de ser consecuente genera respeto pero somos
humanos y podemos fallar.
Todos
admiramos a las personas que son consecuentes, que llevan a la práctica, lo que
dicen y creen. Nos entusiasma ver cómo personas son fieles a sus principios e
ideas. Pero ocurre en ocasiones que las personas que dicen creer en algo
concreto, a la hora de actuar hacen justo lo contrario.
Ser
consecuente con las propias ideas es una de las varas de medir que se aplican a
todo el mundo. Acabamos fiándonos más de las personas consecuentes y
consistentes, aunque no coincidan con nosotros, que de las personas volátiles,
cuyos mensajes predicen poco cuál será la acción realizada en el futuro. Es
conveniente que poco a poco nos vayamos haciendo más consecuentes con lo que
pensamos y creemos. De esta manera no defraudaremos a los demás ni a nosotros
mismos.
Ser
consecuente es poner en práctica lo que pensamos y creemos pero siempre para el
bien de los demás y el nuestro. No hay que hacer anuncios del tipo: “yo
haría...” y después a la hora de la verdad echarse para atrás y no ponerlo en
práctica. Es mejor hacer que decir. Las promesas falsas causan pérdida de
confianza, y si se pierde la confianza, se pierde el respeto, y si se pierde el
respeto que nos queda?
Debemos poder
ser flexibles en nuestras ideas y nuestra manera de actuar. Si cometemos
errores, lo mejor es reconocerlos con humildad. Yo sé que he cometido muchos.
Feliz día para
tod@s.