Decir a los 4 vientos “soy médico”, como en las películas, es
un orgullo. Pero como dice Rumpelstiltskin, “toda magia tiene un precio”. Este precio que se paga como médico,
es de carácter emocional.
Durante la carrera de
medicina, y a medida que ha pasado el tiempo, me doy cuenta que algunas cosas
han cambiado para bien, no sin recordar que existieron y aun existen varios momentos
que son un reto emocional. No todas las personas son de hierro y no todas son
de arena. Los que lograron pasar por tantos momentos emocionales manteniéndose
en un punto neutro, logrando una aleación entre las dos, una asertividad
emocional o un balance equilibrado de reacciones, son los que han salido mejor
librados.
Yo? Confieso que la angustia
antes de los exámenes era promedio o hasta un poco más de lo normal. La ira
cuando estudiaba y no me iba bien era monumental, la tristeza cuando tenia que
repetir algún trabajo y sacrificar mi vida social era aburridora pero
manejable, el desprecio por algunas materias que no entendía era logístico y
finalmente, la sorpresa y alegría cuando se terminaba un semestre eran de
museo.
Hoy puedo decir, viendo los
toros desde la barrera, que me río de todo eso. Pero en esos momentos, me sentía
a prueba todos los días. A prueba conmigo, a prueba con mis padres y amigos, y
a prueba con mis profesores. El sentimiento constante era presión para
destacarse y mas de una vez lo hice, pero no precisamente por lo bien que me
iba. No les miento, tuve mis momentos de gloria. Lo que no sabía era que esa presión me estaba frenando para sentirme satisfecho de lo que estaba haciendo. Hoy en día
sé, que esa presión, tanto externa como interna, la misma que algunos llaman
estrés, al estar bien manejada, es un motor que no se detiene jamás.
Pasaron los semestres donde
los pacientes eran los libros y pasaban también noches enteras de mucho café y más libros. Después de algunos años, llegó el
momento de la “vida clínica” y los pacientes hablaban, contaban sus historias y
redactaban sus enfermedades. Cómo me hubiese gustado que en los primeros
semestres nos hubieran entrenado para ese golpe emocional de afrontar el sufrimiento
humano detrás de una enfermedad en los pacientes que yacían en las camas del
quinto piso del hospital donde hice mi carrera. Cada mañana, mis angustias y
problemática se veía reducida al mínimo cuando saludaba a personas
convalecientes en una cama para preguntarles cómo habían amanecido. Lograba (sin
saberlo) una empatía disfrazada de pesar. Con el tiempo cambié este concepto.
Soy fiel creyente, y más aún
estando certificado en Coaching en Salud, que el médico o profesional de la
salud JAMÁS entenderá qué se siente
ser paciente si NUNCA lo ha sido.
En Medicina nos enseñan que esas dos palabras en negrita no se deben utilizar, pero me he
dado cuenta que en este caso si se puede. Como médico siempre se está vertical
frente a los pacientes que están en posición horizontal. Pero para ser un mejor
vertical, es necesario haber estado horizontal en alguna ocasión. El ser humano
cuando ha sufrido, puede entender con empatía pura, lo que sienten otros cuando
sufren. Lo triste, es que algunos olvidan.
Yo he sido paciente varias
veces y me he encontrado con emociones que van desde lo desagradable hasta lo altamente
positivo. Lo mejor, es que en los momentos que he vivido como paciente, he logrado abstraer
cierto aprendizaje tanto de lo bueno como de lo no tan bueno, para asimismo poder ir moldeando
mi modus operandi como médico y como persona. Existe mucha enseñanza en el mundo
externo pero esta solo se convierte en aprendizaje si le abrimos la puerta. De
lo contrario, esas enseñanzas se las lleva el viento y corremos con el riesgo
de desear haber aprendido cuando alguna circunstancia lo requiera.
Los médicos tenemos nuestros
propios dilemas y problemas. Vivimos día a día con angustias propias y nos
han enseñado a no interiorizar las angustias de nuestros pacientes. Suena correcto, pero eso no es lo que quiero expresar. Quiero que el médico tenga empatía, se
ponga la piel del paciente por ese instante, y se ponga al lado de él y no en
posición de confrontación, de superioridad, de “yo vertical tu horizontal”.
Un saludo cordial, pasando
por actitud positiva, profesionalismo a tope, conocimiento de causa, veracidad
en las palabras, realismo en la información y optimismo en el desarrollo de los
hechos, hace que nuestro encuentro con el paciente, que a la larga es momentario,
absorba buena energía y sea un momento que el paciente tome como una bocanada
de aire fresco.
Los que han sido pacientes, y
más si son médicos, conocen la angustia que se siente al entrar a un hospital
como paciente (o familiar de paciente) y no como médico. Más aun si se trata de un hospital que no es el
propio o en el que uno como médico, no está “dentro de la rosca” por decirlo de alguna manera. Este es el
momento en que uno deja de ser médico por completo y es paciente en su
totalidad. El médico se humaniza de nuevo, vuelve a sus raíces.
El Coaching en Salud también
es para médicos. También los acompaña en la búsqueda de sus objetivos
personales y profesionales. Pero los pone, en muchas ocasiones, al lado del
paciente y no enfrente de ellos. Logra humanizar y a la vez curar de una manera
holística.
Un buen dia y semana para tod@s, en especial para mis colegas.